Tierra Fértil

Es obligación parta un grupo de pinturas, al menos en el sentido poético, el ser capaz de respirar en conjunto. Satisfecho tal logro, la obra pictórica podría estar complacida con un gesto así de afortunado. Sin embargo, si esa respiración es también una voz que logra unir su aliento a ese que emana del espectador, la pintura alcanzaría entonces un diálogo eficiente. Aliento y diálogo, serían pues pre-requisitos de un grupo de cuadros que aspiran a la traducción de la pincelada en conceptos y formas capaces de anidar en el pecho de un espectador cualquiera. Pero cuando una obra pictórica, como en este caso, la de Tracy Lara, es capaz no sólo de tener respiración propia, sino en cambio de provocar el nacimiento de ese aliento en el espectador-y no en cambio de aguardar un diálogo espontáneo por parte del mismo-, se transforma en obra decididamente fértil.

Fértil desde su generosidad con la traducción visual que realice de ella el espectador, fértil desde el talento con el que se establecen las bases de un diálogo premeditado, y fecunda desde la respiración intensa que nace de los lienzos. La savia de éstos cuadros nace desde el barro y el anhelo hasta remontar los recovecos de la pintora y su pintura. La plástica toma pues las armas lanzándose a la batalla con el alma como escudo y las sensaciones por espadas. El punto de partida, la fertilidad, se vuelve la puerta de entrada a los laberintos del deseo, a la noche , mañana y tarde, donde la sombra del hambre se vuelve lo mismo sexo que tierra, lo mismo arcilla enrojecida que muros de mirada penetrante. Así la puerta del arte se abre, el cerrojo es vencido por los ojos dispuestos del espectador, y penetrar más allá de las claves ligeras, propias de una pintura satisfecha con la aparente sencillez, es entonces tomar el hilo de una composición cerebral, calculada, cuya portada es la emoción en escalada. Es difícil permanecer estoico frente a la seducción vociferante de la pintura; Sobre todo cuando desde granadas fecundadas, formas sensuales, orientalismo desnudo, éstas pinturas se nombran a sí mismas. La puerta está abierta, el primer avistamiento ha sido superado.

Entonces se restituye el misterio: ¿Se busca a la madre-tierra ó se busca a la madre-mujer? La respuesta es el secreto que habita detrás de  ésta otoñal escalera cromática.

Las condiciones están dadas para adentrarse en el laberinto; Es sólo una zona de tranquilidad la que lleva al ojo a restituirse al interior de ese aliento poético coludido con la estructura formal (semillas, hojas, granadas, ramas, tierra), y la estructura conceptual (fertilidad, deseo, nacimiento, vida).

Sin fuerza para resistir el hechizo, la percepción se entrega a éste festín anticipado, ésta pantalla en calma por momentos, en fuego por supuesto, en agua de vez en vez, en respuestas siempre abiertas al pecho del espectador: Si la granada se abre, cien hijos dejará salir.

Y a cada uno de sus hijos, un cuadro de Tracy Lara, vive desde el muro un enfrentamiento con la paz que nació del fuego, con el fuego que nació del silencio.

Aguarda entonces la obra y el nombre que le dé por sí mismo el espectador: Si atento, descubrirá los recovecos del deseo; Si en silencio, despertará al correr del viento entre los árboles, bajo las rocas, detrás de la fruta que dejó la tierra sembrada en el cuerpo;  Si en amor, abrirá su mirada al bosque de pasiones que emana desde los lienzos; Si en dolor, cerrará sus ojos al suave, tibio aullido que se desprende desde el pecho fértil de éste discurso.

Emplazado el triángulo entre la fertilidad, el deseo y la tierra, el resultado es una lógica convocatoria a la vida. Vida que se pinta desde acrílicos, temple de huevo, y hasta la hoja de oro, vida que se compone, se piensa, se manipula, se equilibra entre las sombras y en unión íntima con las formas fantasmales. Emular a la naturaleza por medio del deseo y en consciencia profunda de la fertilidad; Emular al arte con la fuerza coludida del amor por un pincel y la paciencia para desplazarlo sobre telas en una gesticulación intensa, apasionada, que recuerda cuadro a cuadro, el paralelismo entre la vida interna y la vida en-tierra.

Abre pues el pecho, espectador de ojos profundos. En la tierra de Tracy Lara, lo más obvio está pleno de significados, lo más espectral en poesía, lo menos evidente en estructuras, lo más gestual en intenciones. Así la bienvenida que ofrecerá esta pintura, se fortalece en el deseo y se erige en la danza sinuosa de un pincel amoroso. De abrirle las puertas a tus sensaciones te irás como Sabines y sus amorosos:

Llorando, llorando la hermosa vida.



-Roberto Archundia Pineda

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