Obra reciente.
Quisiera sostener que la pintura de Tracy Lara está animada por las íntimas declaraciones que el reino natural —no dudo que a través de señales más bien enigmáticas— le ha encomendado a su mirada. (En su sentido fundacional, encomendare quiere decir poner algo al cuidado de alguien.)
Tan refinada como enfática, esta relación con la tierra y los frutos de la tierra implica un evidente vínculo creativo, es decir un proceso por el que las cualidades perceptivas de la artista, así como la organicidad del mundo que contempla, entran en un espacio de selección y atracción solidarias, de influencia y convergencia recíprocas.
Sostengo, pues, que se trata de una verdadera afinidad electiva (y de nada menos) lo que lleva a Tracy Lara a apropiarse de la realidad como imagen, pero sólo en la medida en que ella misma se abandona a ser habitada por la imagen como realidad.
Estos rasgos de identidad compartidos conllevan una experiencia de la naturaleza no como un estricto ejemplo imitativo, sino que, alentada por una voluntad trascendente, descubre en esta tierra sus profundos nutrimentos anímicos.
El mundo es, aquí, una presencia tan vital como misteriosa, de suyo sensible, que invita a una vivencia libre y heterogénea de la invención de imágenes.
Tracy Lara nos recuerda frecuentemente que toma del mundo ideas y objetos para, luego, en el decurso de su proceso creativo, diluir, borrar su semejanza con la realidad.
Señalo que el designio de este procedimiento no radica en negar la matriz primigenia de la que provienen las formas que serán sujetas, luego, a una verdadera conversión poética.
Antes bien, se trata de un medio tendiente a sublimar la materia original, penetrando al interior de su organicidad más sutil —acaso más inasible, más incorpórea— para dotarla de la posibilidad de una plena representación plástica.
Nos hallamos ante una pintura que logra que su modelo de referencia (el mundo) y su dispositivo formal (la materia y el color que se convierten en imagen) coexistan en un plano de reciprocidad total. Por ello, la obra de Tracy Lara trasciende la mera función referencial para conseguir una expresión primordialmente evocativa: entre la artista y el mundo —más allá o, quizá, más acá de la comunicación condicionada— existe un lenguaje común de arias y silencios compartidos en el que se cifran los secretos de una verdad siempre por germinar.
Es, no me queda duda, al plano de la intuición al que, como espectadores, debemos estar dispuestos a abrirnos para participar plenamente de ese misterio que nos llama y convoca.
Tracy Lara ha frecuentado con esmero y curiosidad aquellos territorios de lo real en los que pacientemente devela o atrapa al vuelo —siempre con renovado asombro— tanto el espíritu imaginal como la materia de referencia que le dan substancia a su obra y, en acuerdo con las mutaciones incesantes que son la condición y la cualidad necesarias de ese espacio dinámico, no ha dejado de renovarse como artista.
Así, la densa arboleda, el valle pedregoso o el sencillo jardín, y los cuerpos que ahí han fincado su morada —la semilla, la roca, el fruto, la planta o el árbol— hacen de estas comarcas la matriz en que se origina una fecundidad creadora sorprendente.
Si bien la imagen va más allá de toda subordinación a su objeto de referencia, me parece que sólo un sutil procedimiento de condensación y síntesis de la experiencia de lo visible la da a la creación la plenitud de su sentido.
Lo que observamos no es sólo una depuración elemental de la naturaleza, sino una conversión —enfática y constante— entre dos modos de la forma que, aquí, resultan liberalmente acordadas (conciliadas, avenidas) gracias a una reinvención del diálogo entre la materia poetizable del mundo y la materia poetizada de la imagen.
Por ello es que la obra de Tracy Lara —resultado de una decantación que aquí se plantea como un verdadero método de creación—, tras de dilucidar las propiedades de la realidad concreta, busca establecer las secretas correspondencias simbólicas entre lo representable —la manifestación tangible del mundo— y lo representado —los ecos y vislumbres congregados por la obra—.
No quisiera obviar la circunstancia cardinal de que si hay una profunda cohesión entre las indagaciones formales y su obra como resultante, es porque Tracy Lara alimenta un vínculo que se hermana espiritualmente con la naturaleza y su esencia trascendente.
-Adolfo Echeverría